Más allá de las manifestaciones que atentan contra la libertad de manera directa buscando el perjuicio de una o más personas como las formas más primitivas de coartar la voluntad (por ejemplo, la reclusión física) o la imposición de un poder tiránico que oprima sistemáticamente a los individuos, los límites y las normas pueden aplicarse de manera diferente. Si lo pensamos bien, al igual que no puede concebirse el ser humano sin libertad, resulta muy difícil imaginar una sociedad que funcione con ausencia total de normas, restricciones o límites. Sin embargo, aunque muchas personas estén de acuerdo con esta última afirmación, esto parece entrar en conflicto con el que es el derecho más primordial para la gran mayoría de nosotros: la libertad. Esto se debe sobre todo a que generalmente, nuestro concepto de felicidad y de bienestar tiene un carácter mayoritariamente individualista y en mayor o menor medida relacionado con el pensamiento maquiavélico (el fin justifica los medios), lo cual nos hace considerar las leyes y la normativa como algo intrusivo que nos coarta, cuando realmente no nos damos cuenta de que las leyes contribuyen a que la libertad de una persona no se vea mermada por el hecho de que otra esté haciendo uso de la suya. De ahí viene la famosa idea de que la libertad de una persona termina donde empieza la de otra.
La libertad dijo un día a la ley: «Tú me estorbas.»
La ley respondió a la libertad: «Yo te guardo»Pitágoras
De esta idea podemos por lo tanto extraer la conclusión de que a pesar de que la libertad vista como un derecho individual que entra en conflicto con las acciones de los demás da lugar en muchas ocasiones a desconfianza de las leyes y la autoridad, estas últimas ayudan a tener una sociedad no perfecta, pero sí basada en unos cimientos que la sostengan y sobre todo, justa. Pero, ¿qué es la justicia? Según su definición más neutral u objetiva: «valor que consiste en actuar y juzgar conforme a la verdad y otorgar a cada uno lo que le corresponde. » Por lo tanto, una sociedad justa será aquella en la que se tenga en cuenta la dignidad de cada individuo por el mero hecho de ser humano como uno de los derechos básicos y se obre y se valore de manera que todos tengamos igualdad de oportunidades y seamos juzgados de la misma forma. Está íntimamente relacionada con el concepto antes esbozado de felicidad social, es decir, que ese tan apreciado bienestar individual sea trasladado a nivel global gracias a unas pautas que hagan posibles los cambios necesarios. Pero esto no será posible hasta que no tomemos conciencia de que para ser felices realmente no necesitamos un coche, un trabajo, una familia y amigos, hasta que no nos demos cuenta de que nuestra vida no es una burbuja sin vistas al exterior, hasta que no comprendamos que la felicidad de los demás debe ser también la nuestra. Quizá entonces demos el paso de no necesitar las normas porque tendremos el criterio suficiente par ser capaces de apreciar la importancia de estas, estableciendo nuestras propias directrices y de vivir conforme a ellas. Tal vez entonces cobre sentido esta cita con la que cierro la entrada y sobre la que os invito a reflexionar.
La libertad es la obediencia a la ley que uno mismo se ha trazado.
Jean-Jacques Rousseau
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