Los seres humanos tomamos decisiones constantemente. En realidad, nuestra efímera existencia se reduce a eso. Puede sonar sentencioso o poco motivador ver nuestra vida limitada a decidir constantemente, pero es así. Hemos de elegir continuamente, ya sea el sabor del helado que estamos a punto de saborear como la respuesta que vamos a dar a nuestro interlocutor. Toda acción que realizamos es resultado de haber tomado una decisión anteriormente, tanto si el impulso nervioso llega al cerebro en menos de un segundo y flexionamos el tronco para sentarnos como si tras mucho tiempo de reflexión, tomamos una decisión de esas que se hacen pocas veces en la vida y que con casi total seguridad nos marcarán para siempre. Vivimos porque tomamos decisiones, y tomamos decisiones porque vivimos. Esto nos permite reaccionar a lo que vemos e interactuar con nuestro entorno. Por lo tanto, la decisión es el preámbulo a la actuación. Las preguntas que son naturales hacerse una vez que somos conscientes de esto es: ¿cómo puedo decidir qué manera de actuar es la mejor para mí y los que me rodean? ¿Cómo actúo y qué persigo con ello?
Aunque no hemos hablado de estas cuestiones de manera directa durante este trimestre, quiero creer que estas preguntas me van a permitir, basándome en la convicción de que todo está interconectado (a pesar de que a veces las relaciones sean mucho más sutiles de lo que podríamos imaginar) unir todas las corrientes de pensamiento o filósofos que hemos estudiado a lo largo de esta evaluación para proporcionar una respuesta más o menos decente a estos planteamientos. O quién sabe, quizá acabe generando más preguntas, cosa que, en contra de la creencia mayoritaria, opino que a veces es incluso mejor que obtener una respuesta.
Las preguntas que no podemos contestar son las que más nos enseñan. Nos enseñan a pensar. Si le das a alguien una respuesta, lo único que obtiene es cierta información. Pero si le das una pregunta, él buscará sus propias respuestas.
El temor de un hombre sabio, Patrick Rothfuss
En primer lugar estudiamos a Sócrates y los sofistas. Ambos convivieron en el siglo IV a.C. y tenían visiones opuestas del mundo. Su forma de ver la vida, el sentido de la misma y su concepto de virtud eran totalmente diferentes. Por un lado, los sofistas, que defendían sobre todo el carácter relativista con el lema "el hombre es la medida de todas las cosas" y que actuaban de acuerdo a aquello que querían conseguir. Para ellos, la virtud era la habilidad para persuadir y por consiguiente, el alcance del éxito político y social.
En contraposición, Sócrates pretendía enseñar a pensar mediante la mayéutica, es decir, haciendo preguntas que a priori parecen no poder ser respondidas. El objetivo del método socrático es crear mentes que cuestionen lo que ven y que discutan, que pregunten, en definitiva, que piensen, siempre en constante búsqueda de la verdad. Para ello, Sócrates empezaba por reconocer su propia ignorancia para así poder asimilar siempre nuevos conocimientos y cambiar su forma de pensar, ya que, al fin y al cabo, lo que conocemos es limitado, mientras que lo que ignoramos, potencialmente infinito. La virtud es la perfección del espíritu, los derechos y deberes de la conciencia por encima de los establecidos por los hombres. No obstante, para Sócrates, las leyes eran la manifestación divina de la justicia, y murió por el respeto a estas a pesar de haber sido injustamente acusado de corromper a los jóvenes. Nunca se puede afirmar nada con total certeza, pero podríamos decir que Sócrates es uno de los más grandes filósofos y que se le continuará reconociendo en el futuro, siendo unos de los primeros que tomó la filosofía como uno de los pilares de la existencia del ser humano.
Una vida que no ha sido examinada no merece ser vivida.
Sócrates
Esta idea de la reflexión y el análisis interno como una de las claves para vivir nos lleva hasta otro gran filósofo de la Antigüedad, Epícuro. En este caso, las principales enseñanzas que nos deja tienen que ver con cómo conseguir una vida feliz. Según Epícuro, hacen falta tres cosas: tener amigos y disfrutar de ellos a menudo, tener libertad y reflexionar sobre la propia vida, siendo conscientes de que el sentido de la misma es alcanzar la felicidad. Para Epícuro, felicidad es sinónimo de placer. Con nuestra mentalidad de siglo XXI y nuestro concepto de placer ampliamente usurpado por la publicidad y el consumismo, esta idea puede resultarnos rara e incluso hacernos sentir culpables si nos vemos reflejados en ella. Realmente, esto no viene de hace dos siglos ni de la explosión del capitalismo, sino que Epícuro, ya en el siglo IV a. C. alertaba de que las personas buscaban la felicidad en el sitio equivocado, entregándose a los placeres efímeros y materiales, acabando aún más insatisfechas puesto que no eran conscientes de qué era lo que realmente debían buscar si querían ser felices, exactamente igual que sucede en la actualidad.
Otro filósofo posterior, Séneca, se fijó también en esto. Observaba a las personas ricas, que eran las que podían permitirse esos placeres que supuestamente les conducían a una vida feliz, y se dio cuenta de que, ante el menor hecho que sucediese que escapase a su control, ante la menor contrariedad, se ponían más furiosos que ninguna otra persona. Reflexionando sobre esto, Séneca pensó que los más pudientes, al tener todo bajo su control y vivir en una gran burbuja de confort, no eran capaces de soportar el más mínimo pinchazo que dejase pasar algo de aire del exterior. Así, llegó a la conclusión
de que para ser capaces de afrontar la vida y las posibles adversidades que esta pueda depararnos, debemos tener bajas expectativas y adoptar una visión pesimista, pero sin dejar que esto domine nuestro carácter, sino solamente como una herramienta para poder sobrellevar los obstáculos. Séneca instaba a estar preparados tanto para lo bueno como para lo malo y así poder conseguir el dominio de las pasiones que perturbaban la vida y que abandonaban la razón y la virtud. Esta concepción se conoce como estoicismo y Séneca fue uno de sus mayores representantes.
de que para ser capaces de afrontar la vida y las posibles adversidades que esta pueda depararnos, debemos tener bajas expectativas y adoptar una visión pesimista, pero sin dejar que esto domine nuestro carácter, sino solamente como una herramienta para poder sobrellevar los obstáculos. Séneca instaba a estar preparados tanto para lo bueno como para lo malo y así poder conseguir el dominio de las pasiones que perturbaban la vida y que abandonaban la razón y la virtud. Esta concepción se conoce como estoicismo y Séneca fue uno de sus mayores representantes.
Hemos visto a dos filósofos que proponen maneras de alcanzar la felicidad cambiando nuestra manera de pensar y de entender lo que nos rodea, Séneca y Epícuro, y también a Sócrates, que nos insta a pensar críticamente mediante la búsqueda de la verdad. Nos ofrecen maneras diferentes de actuar para alcanzar una vida plena y feliz, pero, ¿en basé a qué criterios podemos decidir cómo actuar en situaciones concretas? Dos corrientes filosóficas que surgen en torno al siglo XVIII que tratan de responder a esto: el kantismo y el utilitarismo.
El kantismo recibe su nombre de su creador y máximo representante, Inmanuel Kant, y se basa en actuar en base a principios por convicción, anteponiendo estos al resultado y posibles consecuencias de la acción que se va a realizar. Kant crea también el concepto de imperativo categórico, una especie de guía para actuar. Consiste en imaginar que nuestra conducta frente a una situación determinada fuera adoptada por todas las demás personas y en función de esto decidir si estamos obrando bien o mal. En cambio, el utilitarismo consiste en actuar pensando en el resultado y las consecuencias de la acción, de manera que esta suponga el mayor bien posible para el mayor número de personas. Esto supone que existe un "margen de fallo" puesto que las consecuencias de un determinado acto nunca pueden preverse de manera infalible. A partir de estos dos planteamientos se pueden abordar montones de dilemas morales. No obstante, en mi opinión ninguna de las dos corrientes debe ser seguida de forma exclusiva, sino que dependiendo de la situación y del contexto deberemos tener en cuenta las dos, es decir, rechazar los extremos y adoptar la también famosa idea de "aurea mediocritas". Teniendo en cuenta esto, en líneas generales, sin ningún contexto ni situación específica, yo me decanto algo más por el kantismo que por el utilitarismo, ya que creo que los principios y las convicciones definen a una persona y que a la hora de actuar es mejor guiarse por lo directamente moral que por lo pragmático. Además, como ya he mencionado, actuar pensando en que el resultado de la acción suponga el mayor bien posible puede volverse en nuestra contra debido a que las consecuencias que desencadena una acción no se pueden predecir.
En conclusión, las preguntas que seguimos haciéndonos los seres humanos sobre cómo actuar, en base a qué y qué perseguir con ello han sido planteadas por millones de personas antes que nosotros a lo largo de la Historia y algunos de ellos han intentado dar una respuesta a partir de su experiencia y sus conocimientos adquiridos. Es interesante conocer esas respuestas y sopesar las de las personas que nos rodean para poder aprender a vivir. Pero, como he dicho al principio, quizá lo más importante sea hacernos preguntas a partir de todo ello, ya que las preguntas son las que nos enseñan a pensar.
Un acto no es, como creen los jóvenes, lo mismo que una piedra que levantas del suelo y arrojas lejos, que da en el blanco o yerra, y nada más. Cuando levantas la piedra, la tierra se aligera y la mano que la sostiene es más pesada. Cuando la arrojas, influye en los circuitos de los astros, y allí donde golpea o cae, el universo cambia. De un acto cualquiera depende el Equilibrio del todo. Los vientos y los mares, los poderes del agua y de la tierra y de la luz: todo cuanto ellos hacen, y todo cuanto las plantas y las bestias hacen, bien hecho está, y es para bien. Todos actúan dentro del Equilibrio. Desde el huracán y el mugido de la ballena hasta la caída de una hoja seca y el vuelo del moscardón, todo cuanto ellos hacen es parte del Equilibrio del todo. Pero nosotros, los que tenemos poder sobre el mundo y sobre otros hombres, nosotros hemos de aprender a hacer lo que la hoja y la ballena y el viento hacen por naturaleza. Hemos de aprender a mantener el Equilibrio. Somos inteligentes, y no hemos de actuar en la ignorancia. Somos capaces de elegir, y no hemos de actuar sin responsabilidad. ¿Quién soy yo, aunque pueda hacerlo, para castigar y recompensar, para jugar con los destinos de los hombres?
La costa más lejana, Úrsula K. Le Guin
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